Um enorme cartaz com a imagem de Romero no meio duma marcha da FMLN em San Salvador em março de 2007 (Foto: Télam/Página/12) |
Francisco assinou ontem
(terça-feira) em Roma um decreto aceitando oficialmente o martírio do bispo: apesar
de ter sido assassinado por militares salvadorenhos enquanto pronunciava uma
homilia na capela de um hospital, o processo de canonização esteve retido até agora
por resistências de setores conservadores.
Oscar Romero no seu penúltimo
sermão (foi morto quando pronunciava o último): “Em nome de Deus, pois, e em
nome deste sofrido povo cujos lamentos sobem ao céu cada dia mais tumultuosos,
lhes suplico, lhes rogo, lhes ordeno em nome de Deus: pare a repressão!”.
Por Washington Uranga, no jornal argentino Página/12, edição impressa de hoje, dia
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Quando
estão próximos de completar 35 anos do assassinato do bispo salvadorenho Oscar
Arnulfo Romero (24 de março de 1980), o papa Francisco firmou ontem em Roma um
decreto pelo qual aceitou oficialmente o martírio (“in odium fidei”, assassinado
por ódio à fé) de quem é reconhecido hoje como um dos maiores lutadores
católicos contemporâneos pela libertação. A pesar de ter sido assassinado por
militares salvadorenhos enquanto pronunciava uma homilia na capela de um
hospital para enfermos de câncer na capital salvadorenha – e só este fato teria
servido para reconhecer seu martírio e posterior santificação -, o processo de
canonização esteve travado até agora pelas resistências dos setores
conservadores do Vaticano e da Igreja Católica na América Latina.
Nos finais
da década de 1970, El Salvador se encontrava em plena guerra civil, com os
militares do Exército e da Guarda Nacional enfrentando organizações populares,
dentro das quais preponderava o grupo guerrilheiro Frente Farabundo Martí de
Libertação Nacional (FMLN). Em 15 de outubro de 1979, um golpe encabeçado pelo
autodenominado Movimento da Juventude Militar derrubou o presidente salvadorenho,
general Carlos Humberto Romero (1977-1979), do conservador Partido de Conciliação
Nacional (PCN) que governava há 17 anos.
Em meio duma
situação de enorme violência política, Romero tentou mediar entre as forças em
disputa, mas sem deixar de lado seu claro apoio às reivindicações populares. Em
novembro de 1979, conhecidas as ameaças contra sua vida, o bispo anunciou publicamente
que sua vida corria perigo e fez uma promessa a seus fiéis: “Asseguro a vocês que
não abandonarei o meu povo e correrei todos os riscos que meu ministério me
exige”. O reconhecimento do martírio feito agora por Francisco abre o caminho para
a santificação do bispo centro-americano – não é necessário se provar milagres
para declará-lo santo –, o que significa que a Igreja o propõe como exemplo e
permite sua entronização nos altares.
Continua
em espanhol (com traduções pontuais):
El Papa ya había adelantado su disposición a la canonización de Romero
cuando dialogó con los periodistas (jornalistas) en agosto pasado, al regresar
de su viaje a Corea. En esa ocasión, Francisco habló de Romero como un “hombre
de Dios”. La decisión conocida ayer fue el resultado de un encuentro del Papa
con el cardenal Angelo Amato, titular de la Congregación para la Causa de los
Santos. En el mismo acto, Francisco reconoció también el martirio de tres
sacerdotes asesinados en Perú en 1991 por el grupo Sendero Luminoso. Se trata
del cura italiano Alessandro Dordi y de los polacos (poloneses) Zbigniew
Strzalkowski y Michel Tomaszek. El criterio adoptado en estos casos por
Francisco abre las posibilidades de que en el futuro cercano también se
reconozca oficialmente la muerte martirial del obispo de La Rioja Enrique
Angelelli, asesinado en nuestro país en 1976.
Al margen del reconocimiento oficial que ahora llega desde el Vaticano a
través del decreto firmado por el Papa, desde su muerte Oscar Romero se
convirtió en símbolo de los cristianos latinoamericanos comprometidos en las
causas populares y en la perspectiva teológica de la liberación. Gregorio Rosa
Chávez, arzobispo auxiliar de San Salvador (El Salvador) y quien ha sido el
principal impulsor de la causa de canonización del obispo Oscar Romero, había
pedido recientemente “que en él no se cumpla la ley del olvido”. Argumentando
por la santidad de Romero, el arzobispo sostuvo que “en el siglo veinte hubo
millones de mártires, pero el más conocido y el más amado es monseñor Romero.
Mueren muchos líderes y se van olvidando. Con él pasa todo lo contrario. La
misma ONU le rinde tributo declarando el 24 de marzo el Día Mundial del Derecho
a la Verdad como reconocimiento a su trabajo pastoral. Donde quiera que vaya se
refieren a él”, sostuvo Rosa Chávez.
El 17 de febrero de 1980, Oscar Romero escribió una carta al presidente
de Estados Unidos, Jimmy Carter, pidiendo que cancelara toda ayuda militar a El
Salvador. Para entonces, el pequeño país centroamericano era la principal base
de operaciones estadounidense contra la revolución sandinista triunfante en la
vecina Nicaragua en julio de 1979.
El 23 de marzo de 1980, el día anterior a que se produjera su asesinato,
el arzobispo Romero había pronunciado una elocuente homilía en la catedral de
San Salvador. Dada la censura noticiosa existente, el obispo solía utilizar su
homilía dominical no sólo para reflexionar sobre los textos bíblicos sino para
dar información sobre la situación política, económica y social de un país que
se encontraba en guerra civil y gobernado por la ultraderecha militar. Bajo (Sob)
el subtítulo “Hechos nacionales”, ese día Romero habló de “una semana
tremendamente trágica”, informó que los militares asesinaron en La Laguna a un
matrimonio campesino, a sus hijos de 13 y 7 años y a 11 campesinos más. Que en
Arcatao en esos mismos días fueron asesinados dos (2) campesinos y un niño, en
Calera de Jutiapa otro, y que lo mismo ocurrió con 15 campesinos en Hacienda
Colima, y 16 en Suchitoto. En todos los casos la denuncia estaba acompañada de
nombres de los muertos y circunstancias en los que ocurrieron los asesinatos.
En esa oportunidad, Romero leyó también en el púlpito un informe de
Amnistía Internacional indicando que “a pesar de que el gobierno lo negó” el
organismo “ratificó hoy que en El Salvador se violan los derechos humanos a
extremos que no se han dado en otros países”. Y agregó que “el vocero de
Amnistía dijo que los cadáveres de las víctimas aparecen con los dedos pulgares
amarrados a la espalda (às costas)” y que “también aplicaron a los cadáveres
líquidos corrosivos para evitar la identificación de las víctimas por parte de
los familiares y para obstaculizar las denuncias de tipo internacional”.
Las homilías de Romero se extendían durante horas cada domingo, ocasión
en la que el arzobispo pasaba revista a la realidad nacional e internacional y
hacía llamamientos a la paz. La asistencia crecía cada semana y superaba
largamente la habitual feligresía católica. Después de registrar los datos del
asesinato de más de 200 personas en una semana, el domingo 23 de marzo Romero
denunció que la intención del gobierno “es decapitar la organización del pueblo
y estorbar el proceso que el pueblo quiere”. Pero advirtió que “sin las raíces
en el pueblo ningún gobierno puede tener eficacia, mucho menos cuando quiere implantarnos
a fuerza de sangre y dolor”.
Y dirigiéndose a los militares pronunció las frases que, según muchos,
fueron el detonante de su asesinato. “Yo quiero hacer un llamamiento especial a
los hombres del ejército, en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la
policía, de los cuarteles”, comenzó diciendo. “Hermanos, son de nuestro mismo
pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé
un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: no matar... Ningún soldado
está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios... Una ley inmoral,
nadie (ninguém) tiene que cumplirla... Ya es tiempo de que recuperen su
conciencia y de que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado”.
Y alzando la voz, casi a los gritos, reclamó: “En nombre de Dios, pues, y en
nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más
tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la
represión!”.
Al día siguiente Oscar Romero fue asesinado de un certero balazo en el
corazón mientras pronunciaba su último sermón. La muerte nunca fue aclarada por
la Justicia, pero todos las pruebas apuntan a que fue ejecutada por un
escuadrón paramilitar a las órdenes del mayor Roberto D’Aubuisson, quien
posteriormente fuera uno de los fundadores del ultraderechista partido Alianza
Republicana Nacionalista (Arena).
Tradução
(parcial): Jadson Oliveira
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