José Pablo Feinmann (Foto: Internet) |
“A guerra (segunda guerra
mundial) aconteceu porque o Ocidente armou Hitler para que freasse os
comunistas”.
Por José
Pablo Feinmann (filósofo argentino) – reproduzido do jornal argentino Página/12, edição impressa de
18/10/2015 (em espanhol)
Nadie,
ningún politólogo serio, negaría hoy que las dos bombas atómicas arrojadas por
los norteamericanos en Japón fueron, no sólo para terminar la guerra, sino para
evitar que los soviéticos se adueñaran del imperio de Hirohito. Y para
exhibirles, como modo de amedrentamiento, el devastador poderío nuclear de los
Estados Unidos. El miedo a la “ola roja”, a su expansión, a sus conquistas,
funcionó una vez más. Había que tirar esas bombas: para liquidar a los japos,
desde luego, pero – proyectando las cosas hacia el futuro – porque todos sabían
que la nueva guerra ya había estallado. La nueva, la verdadera, la que
enfrentaba a los auténticos adversarios: occidente y el oriente soviético.
Entonces, ¿qué clase de guerra había sido la
llamada “segunda”? Muchos, todavía hoy, no saben responder esa pregunta. La
nebulosa del enfrentamiento entre las democracias de Occidente y el
totalitarismo nacional-socialista lo cubre todo, cree y dice ofrecer las
respuestas, pero no, miente. Hitler fue, desde un principio, un aliado del
occidente capitalista. Pese a su elocuencia, a su oratoria frenética contra la
mediocridad burguesa, el Führer, y quienes lo rodeaban, eran enemigos de los
bolcheviques. Una cosa eran los delirios de Hitler, sus extravagancias, sus
ataques a los judíos, a los minusválidos, a los gitanos y a sus opositores, y
otra era una verdad de peso genuino, que encajaba con la lógica de los tiempos:
ese Führer tempestuoso era el único, en Alemania, decidido a luchar contra los
soviéticos. Sólo él podría detener la amenaza de la ola roja. Las SA
(SturmAbteilung) de Ernst Röhm se enfrentaban en las calles de Berlín con los
grupos organizados de los sindicatos socialistas. Eso favorecía a Hitler y al
Occidente “democrático”. Nadie decía nada. “Déjenlo al loco. Por ahora lo
necesitamos. Cuando haga bien su trabajo, cuando lo complete, nos libraremos de
él.” Esto se ve muy bien en una escena de la película Cabaret de Bob Fosse. Es
la escena campestre. Un joven empieza a cantar una dulce canción, el sol
brilla, los buenos alemanes toman cerveza y acompañan la canción del joven que
viste una camisa parda. De a poco, casi imperceptiblemente, la canción se
encrespa hasta transformarse en un himno de guerra que proclama: El mañana nos
pertenece. Un aristócrata de la industria alemana, junto a un amigo que está de
paso en Alemania, observa, sonriendo con aire despectivo, irónico pero
aprobatorio, al joven y a todos los que lo han acompañado, elevando sus vasos
de cerveza como lanzas de la vieja y gloriosa Alemania de los Nibelungos, del
Sacrum Imperium, del Primer Reich. Su amigo pregunta: “¿Por qué no los frenan?
¿No son peligrosos?” “Sí”, contesta el aristócrata, “pero, por ahora, los
necesitamos. Van a limpiar Alemania de bolcheviques y judíos. Después, nosotros
tomaremos el control”. “¿Ustedes?” “Claro, nosotros: Alemania”. Alemania no
tomó el control, Hitler se adueñó de Alemania. En otro film, un film majestuoso
que dirigió Stanley Kramer y se estrenó en 1961, Juicio en Nuremberg, se juzga
a los jueces nacionalsocialistas, a los que impartieron justicia durante en
Tercer Reich. El fiscal los acusa de ser culpables de las crueldades, de los
desenfrenos nazis. La defensa, a cargo de Hans Rolfe, un hombre brillante y
apasionado, que viste una toga negra y tiene las convicciones de un pelotón
entero de las SS, es impecable e implacable: “¿Qué hay del resto del mundo? ¿No
conocía las intenciones del Tercer Reich? ¿No había oído las palabras de Hitler
transmitidas a todo el mundo? ¿No había leído su intención en Mein Kampf, que
se publicó en todo el planeta? ¿Dónde quedó la responsabilidad de la Unión
Soviética, que en 1939 le ofreció a Hitler el pacto que le permitió hacer la
guerra? ¿Dónde quedó la responsabilidad del Vaticano, que en 1933 firmó con
Hitler el concordato que le dio su tremendo prestigio por primera vez? ¿Vamos a
declarar culpable al Vaticano? ¿Dónde quedó la responsabilidad del líder
mundial Winston Churchill, que en 1938, ¡en 1938!, dijo en una carta abierta al
periódico Times: ‘Si Inglaterra sufriera un desastre internacional, le rogaría
a Dios que nos enviara a un hombre con la inteligencia y la voluntad de
Hitler’. ¿Vamos a declarar culpable a Winston Churchill? ¿Dónde quedó la
responsabilidad de los industriales estadounidenses que, para ganar dinero,
ayudaron a Hitler a reconstruir su armamento? ¿Vamos a declarar culpables a
esos industriales? No, su Señoría. Alemania no es la única responsable. Todo el
mundo es tan responsable por Hitler como Alemania”.
El defensor Hans Rolfe sabe lo que dice. El fiscal
Lawson lo comprueba durante el juicio. Un superior lo convoca a una reunión
privada y ahí, duramente, le dice: “Usted está loco. Deje de maltratar a estos
jueces. Los necesitamos para la nueva guerra, la que se inicia ahora. No
podemos pisotear el honor de los alemanes”. El fiscal argumenta: “Estos hombres
mandaron a decenas de miles a los campos de concentración”. El superior
insiste: “Eso ya pasó. Ahora hay que mirar hacia el futuro”. El fiscal Lawson,
un liberal, un demócrata de esos que cada vez menos se encuentran en EE.UU.,
llega hasta la puerta y se detiene. Mira a su superior. Dice: “Le voy a hacer
una pregunta divertida: ¿para qué fue la guerra?” Abre la puerta y sale.
¿Para qué fue la guerra? Tratemos de ser breves. O
sea, resumiendo: el terror a la “ola roja” se fijó en Alemania, la derrotada
del Tratado de Versalles, humillante, torpe. El colmo de la diplomacia de la
venganza. La República de Weimar no supo crear poder, una alegre negación de la
realidad le permitía jugar a la democracia, tomar cerveza, y cantar y bailar
como Sally Bowles en el Kit Kat Club. (Ver mi novela La sombra de Heidegger.
También La caída de los dioses en Siempre nos quedará París: el cine y la
condición humana. Y, desde luego, el film de Bob Fosse Cabaret y el de Bergman
El huevo de la serpiente). La República de Weimar empezó a agrietarse. Los
sindicatos bolcheviques, los activistas del socialismo, lucharon en las calles,
en las fábricas y buscaron salir del desastre por medio del comunismo y el
apoyo de la URSS. El mundo occidental entró en pánico. ¿Quién era el mejor, en
esa Alemania derruida, para frenar eso? “Hay uno muy bueno. Adolf Hitler. Pero
no es confiable. Creemos que está loco.” “Eso no importa. Mientras frene a los
comunistas es nuestro hombre. Después nos ocuparemos de él.” Este fue el
diálogo secreto que –no lo dudemos – se habrá sostenido en las principales
alturas del poder político y bélico de Occidente. Entonces armaron al “loco”.
Así crearon a su más feroz enemigo. El “loco” derrotó a los comunistas, ganó
legalmente las elecciones (luego de haber matado a muchos de sus opositores y
con las cárceles llenas de obreros, abogados, escritores, políticos disidentes)
y se dispuso, sin más, a conquistar el mundo. El “loco” estaba loco y su locura
fascinaba a Alemania. “¿Ha visto usted la belleza de sus manos?”, le pregunta
Heidegger a Jaspers. Hitler pacta con Molotov y luego invade Polonia. Empieza
la guerra. Esta guerra es visualizada, torpe o deliberadamente, como fruto de
la locura del Führer y su entorno de fanáticos. Falso: la guerra tiene lugar
porque Occidente armó a Hitler para que frenara a los comunistas. Que nadie se
asombre si Henry Ford lo visitó. Si Charles Lindberg se declaró su entusiasta
partidario y además antisemita. Si la Ford le vendió autos y aviones. Si la
Inglaterra de Churchill le regaló o vendió a bajo precio aviones de la RAF
(Royal Air Force), con los que luego Hitler llevaría a cabo sus bombardeos
sobre Londres. ¡Qué paradoja siniestra! El León de Inglaterra, el gran Sir
Winston, había entregado aviones al Monstruo que ahora destruia Londres, ciudad
que él, también ahora, con gloriosa tenacidad defendía, defensa que le habría
de permitir frases que la Historia recogería como ejemplo de coraje ante la
adversidad (Sólo puedo prometerles sangre, sudor y lágrimas), una adversidad
posibilitada por él mismo, por el héroe que ahora protegía a su pueblo de la
furia de los aviones alemanes... y de los ingleses.
En suma, el guerrero anticomunista al que armaron,
al que crearon para que impidiera que Alemania, el centro del mundo, el centro
de Europa, la maltratada por las negociaciones posteriores a la “Primera Guerra
Mundial”, cayera en manos de los comunistas, se les dio vuelta y les mostró la
peor de sus caras: él derrotaría a los comunistas y también a los mercaderes
norteamericanos, socios del pérfida Albión. Que nadie se asombre si ahora pasa
lo mismo. A Osama bin Laden lo entrenó la CIA, a él y a los talibanes también
la CIA los llenó sofisticadas armas, para que lucharan contra los comunistas.
Luego, los norteamericanos preguntarían a los ex soviéticos “cómo se pelea
contra los afganos”, sin obtener respuestas satisfactorias de militares que
habían sido derrotados. Es la misma dialéctica boomerang de la que EE.UU. había
sufrido las terribles consecuencias con Hitler. Arman hasta los dientes a un
enemigo de su gran enemigo, y luego su aliado – que sigue armado hasta los
dientes – se les vuelve en contra. Occidente creó a Hitler y luego creó a Osama
bin Laden. Pareciera existir para crear, una y otra vez, sus peores pesadillas.
Ahora, en esas tierras calientes, la CIA está más desorientada que nunca. Sus
enemigos, como antes los vietnamitas, son evanescentes, acaso metafísicos, como
decía Westmoreland de las guerrillas del Vietcong. Siempre que entro en este
tema recuerdo el final de un gran film de John Milius: “El viento y el león”
(The Wind and the Lion, 1975). En la orilla del mar, montados en sus hermosos
caballos, dialogan el sheik (Sean Connery, acaso en su mejor papel) y su fiel
seguidor, que le pregunta si aún están en peligro, pues los ha perseguido Teddy
Roosevelt, nada menos. El sheik arroja una carcajada: “Nunca estuvimos ni
estaremos en peligro. Ellos son el león, pero nosotros... somos el viento”.
Comentários
Muito boa a análise do filósofo José Pablo Feinmann e muito útil para se entender o jogo bruto daquilo que sempre foi a intervenção das chamadas grandes potências (expansionistas, imperialistas) nas disputas pela preservação do controle de seus interesses político-econômico (portanto materiais) a nível mundial. Trata-se de uma abordagem pouco costumeira entre os nossos especialistas (jornalistas, professores etc) nas questões relativas à geopolítica, ou seja a nova ordem do poder mundial.
Mas, parece-me que na política brasileira, às vezes, também se criam os próprios inimigos. No governo Lula, não foram entregues aos inimigos as armas com as quais foram abatidos o governo Dilma e vários membros do PT, de maneira tal que praticamente dizimaram o partido? Com alianças fisiológicas e apolíticas feitas com os partidos de direita para garantir uma governabilidade de gabinete e com pactos efetuados com setores empresariais que sempre estiveram à frente da espoliação do país, não foi municiar as tropas inimigas para o combate contra o PT?
Porém é bom que se diga que o que foi afirmado acima, por si só, não explica um complicado processo de defenestração imposto ao PT (evidenciado também nas últimas eleições municipais) pelas forças conservadoras e de direita que estão presentes no cenário político nacional.
Laranjeira
agora 2016 terminando:
UM MOMENTO, APENAS UM!, SUI GENERIS. EIS:
Em 2016 houve fato fabuloso sim, apesar de Vanessa Grazziotin falar que não, dessa forma assim:
"O ano de 2016 é, sem dúvida, daqueles que dificilmente será esquecido. Ficará marcado na história pelos acontecimentos negativos ocorridos no Brasil e no mundo. Esse é o sentimento das pessoas", diz Grazziotin.
Mas, por outro lado, nem que seja apenas 1 fato positivo houve sim! É claro! Mesmo que seja, somente e só, um ato notável, de êxito. Extraordinário. Onde a sociedade se mostrou. Divino. Que ficará na história para sempre, para o início de um horizonte progressista do Brasil, na vida cultural, na artística, na esfera política, e na econômica.
Que jamais será esquecido tal nascer dos anos a partir de 2016, apontando para frente. Ano em orientação à alta-cultura. Acontecimento esse verdadeiramente um marco histórico prodigioso. Tal ação acorrida em 2016 ocasionou o triunfo sobre a incompetência. Incrementando sim o Brasil em direção a modernidade, a reformas e mudanças positivas e progressistas. Enfim: admirável.
Qual foi, afinal, essa ação sui-generis?
Tal fato luminoso foi o:
-- «Tchau querida!»
[O "Coração Valente", de João Santana"].
Eis aí um momento progressista, no ano de 2016. Sem PeTê.
Feliz 2017.