O agora ex-presidente Otto Pérez Molina se diz disposto a enfrentar o processo (Foto: Página/12) |
“Sobressaem
– pelo menos – dois elementos para se esperar uma mudança de estruturas na pátria
que viu nascer o grande Jacobo Arbenz (presidente nacionalista derrubado pelo
império estadunidense no início da década de 1950):
O primeiro,
o caso de corrupção revelado é apenas a ponta do novelo para começar a desvendar
uma densa teia de corrupção incrustada no Estado guatemalteco há anos.
O
segundo, parece que os setores populares despertaram duma longa letargia e atuarão
a partir de agora com a memória fresca de haver participado da expulsão de um
presidente corrupto, o que não é pouca coisa”.
Por Agustín Lewit * - no jornal argentino Página/12, edição impressa de hoje, dia
4 (em espanhol)
Salvo por
el desencadenamiento apresurado de los hechos, la eyección del ex militar Otto
Pérez Molina de la presidencia guatemalteca, a tres meses de concluir su
mandato, no debería sorprender a nadie que haya seguido de cerca la coyuntura
de aquel país en los últimos meses.
La revelación en abril pasado de un caso de
corrupción que vinculaba a funcionarios de tercera y cuarta línea con una red
de defraudación aduanera, fue creciendo semana tras semana –tanto en volumen
como en implicancias– hasta involucrar, primero, a la vicepresidenta Roxana
Baldetti, la cual renunció a su cargo y se encuentra en prisión preventiva, y
luego al propio presidente Pérez Molina, quien, tras el avance de la
investigación, apareció ocupando un rol central en la organización delictiva,
sobre todo en la apropiación de lo recaudado. En el medio, una imparable
sangría del gabinete fue minando poco a poco la estructura de gobierno del
mandatario. Se sumó a ello el levantamiento del blindaje mediático de una buena
parte de la prensa, el descontento de numerosos oficiales del Ejército, y hasta
el abandono de la propia bancada oficialista del conservador Partido Popular
(PP) que, en un intento desesperado por salvar el poco prestigio del partido,
terminó dando su beneplácito para retirar la inmunidad presidencial.
El otro elemento fundamental a considerar en el
estallido de la crisis política –acaso el más determinante– fue la creciente
movilización popular que, semana tras semana, copó las calles de los veintidós
departamentos del país –en la última manifestación marcharon más de cien mil
personas–, mostrando su repudio y hartazgo frente a la corrupción y al sistema
político en general, y madurando de a poco el pedido de renuncia del ahora ex
presidente. Ciudadanos movilizados a través de las redes sociales, junto a
organizaciones campesinas, indígenas, estudiantiles y sindicatos, se sacudieron
la apatía y la desmovilización forjada a fuego por los reiterados golpes de
Estado y por el prolongado enfrentamiento armado interno, y decidieron saltar a
escena, no sólo para expresar su indignación frente al caso de corrupción en
cuestión, sino para reclamar una reforma política y electoral amplia.
Pero estos sectores no estuvieron solos: a ellos se
sumaron, con sus propios cálculos e intereses, representantes de la gran
industria guatemalteca, como así también la propia embajada de Estados Unidos
–actor invariablemente central en las distintas coyunturas centroamericanas– en
tensión con Pérez Molina desde hace años, entre otras cosas, por su postura de
liberar el consumo de drogas. La participación activa de estos sectores
complejiza la lectura de las protestas y pone reparos frente a las
interpretaciones que sólo observan en la salida de Pérez Molina el triunfo de
una revuelta plebeya. En rigor, las presiones que terminaron conjurando contra
el ex mandatario provinieron desde diversos sectores, incluso antagónicos.
Así, Guatemala se enfrenta a un escenario abierto
donde lo que está en juego es si la salida del presidente significará
efectivamente la posibilidad de inaugurar un nuevo ciclo político que recoja
las demandas postergadas de muchos de los actores que recuperaron visibilidad
en los últimos meses, o si, por el contrario, se trata apenas de una
reestructuración interna dentro del bloque de poder que viene manejando el
destino del país desde hace décadas.
Las elecciones generales del domingo próximo, donde
la izquierda aparece notoriamente relegada, será apenas una de las instancias
donde esta tensión comience a resolverse.
De cualquier modo, sobresalen –al menos– dos
elementos para esperanzarse con un cambio estructural en la patria que vio
nacer al gran Jacobo Arbenz. El primero, el caso de corrupción revelado es
apenas la punta del ovillo para empezar a desenmarañar un denso entramado de corrupción
incrustado en el Estado guatemalteco desde hace años. El segundo, los sectores
populares parecen haber despertado de un largo letargo y actuarán desde ahora
con la memoria fresca de haber participado en la expulsión de un presidente
corrupto, que en absoluto es poca cosa.
* Investigador del Centro Cultural de la
Cooperación (Argentina). (Nodal).
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