A presidenta Dilma Rousseff, acossada pela oposição, chega à beira do abismo (Foto: EFE/Página/12) |
As iniciativas do Executivo são bombardeadas por um Congresso rebelde e
disposto a assumir decisões irresponsáveis, que não fazem mais que ameaçar um
já complexo panorama econômico.
Para piorar o que já está assustador, falta, ao governo, uma política de
comunicação que seja capaz de ao menos matizar a impiedosa campanha difamatória
levada a cabo pela totalidade dos grandes meios de comunicação hegemônicos.
O ataque desleal e o jogo sujo dos meios de comunicação continuam sem enfrentar
defesa alguma. Seu peso é cada vez mais fortalecido…
Por Eric Nepomuceno (jornalista brasileiro)
– no jornal argentino Página/12,
edição impressa de hoje, dia 8 (em espanhol)
Pese a parecer todo imprevisible en el actual y muy
turbulento escenario político brasileño, se puede prever que difícilmente la
situación se arrastrará por mucho tiempo más. Dilma Rousseff inició su segundo
mandato presidencial hace poco más de siete meses, y su gobierno se mantuvo
acosado desde el primer día. Con eso, el país vive, perplejo, en un cuadro de
parálisis y profunda incertidumbre.
Casi todas las
iniciativas del Poder Ejecutivo son bombardeadas por un Congreso no sólo
rebelde, como en muchas ocasiones, sino también dispuesto a asumir decisiones
claramente irresponsables, que no hacen más que amenazar a un ya complejo
panorama económico, mientras promueve un desgaste cotidiano de una mandataria
cuyo capital político parece extinguirse cada vez más. La alianza de partidos
que teóricamente le darían a Dilma las herramientas suficientes para asegurar
un clima de gobernabilidad se muestra, cada vez más, fuera de control.
Crece la
sensación de vacío de poder y ausencia de liderazgo mientras sube el volumen de
las voces que piden simple y llanamente que la mandataria abandone su cargo o
sea directamente catapultada lejos del sillón presidencial. La oposición, por
su vez, navega alegre en un mar de puro oportunismo. Ya no se trata de proponer
alternativas a las propuestas y proyectos del gobierno: se trata de discutir,
internamente, cuál es la modalidad más conveniente de aprovecharse de la crisis
en beneficio propio.
Así, el sector
que obedece al presidente del principal partido opositor, el PSDB, defiende la
destitución inmediata de Dilma Rousseff, y su vicepresidente, Michel Temer, la
convocatoria de nuevas elecciones en el plazo de 90 días. Con eso, el líder de
ese sector, el mismo Aécio Neves, derrotado por Dilma el pasado octubre, sería
el favorito para ejercer la presidencia hasta el final del presente mandato y
postularse otra vez en 2018. Otro sector, el que responde al grupo encabezado
por el actual gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, prefiere que Dilma y
Temer permanezcan donde están, para desangrarlos día a día, y al mismo tiempo
promover la corrosión, hasta la médula, de cualquier posibilidad de que Lula da
Silva llegue entero a 2018.
Lo que pasará
con el país tanto con el final abrupto del mandato de Dilma como con la
corrosión cotidiana de su gobierno es de menor importancia. En líneas
generales, ése es el actual cuadro en que se desarrolla el juego político en
Brasil. El gobierno de Dilma Rousseff se encuentra virtualmente paralizado, sin
lograr establecer interlocución con nadie en el Congreso, en los demás partidos
aliados, y menos aún con el empresariado y el sector financiero.
Los movimientos
sociales que tradicionalmente funcionaron como base de respaldo a su partido,
el PT, están sin saber qué directrices asumir. Para empeorar lo que ya está
asustador, falta, al gobierno, una política de comunicación que sea capaz de al
menos matizar la impiadosa campaña difamatoria llevada a cabo por la totalidad
de los grandes medios hegemónicos.
Como
consecuencia de todo eso, Dilma Rousseff carece totalmente de gobernabilidad.
No son pocos los que creen que la única cosa que todavía la mantiene en la
presidencia es el temor de los efectos de una salida abrupta en la política, en
la economía y en las calles. Frente a ese cuadro cada vez más preocupante, la
mandataria sigue manteniéndose inerte. Una excepcional reacción surgió ayer,
por ocasión de la entrega de un nuevo lote de residencias del programa Mi Casa,
Mi Vida. Con palabras claramente estudiadas, Dilma aseguró que los votos
recibidos en las urnas del pasado octubre le dan legitimidad, y que sabrá
honrar cada uno de sus electores. A las pocas horas se supo que convocó una
nueva reunión de emergencia de sus ministros políticos para mañana, domingo, en
un nuevo intento de encontrar medios para superar la crisis.
El problema es
saber si con su actual ministerio y con sus actuales interlocutores todavía hay
cómo encontrar una salida. Falta, a Dilma y a su grupo, una estrategia
mínimamente sólida. El único que mantiene cierta capacidad de articulación es
el vicepresidente Michel Temer, pero hasta él ya emitió ciertas e inquietantes
señales de que su decisión de sacrificarse tiene límites.
De otra parte,
queda cada vez más claro que lo que no tiene límite alguno es la determinación
del presidente de la Cámara de Diputados, del mismo partido de Temer, el PMDB
(que, a propósito, lo preside), de bombardear de manera permanente al gobierno.
Pocas veces en la historia política de los últimos 30 años un presidente de
diputados dispuso de tanto poder para, a raíz de su rencor personal, poner en
jaque a un gobierno. Quizá por las mismas características de la actual
legislatura, quizá por la increíble tendencia a la inercia del actual gobierno.
Sus efectos, en
todo caso, son desastrosos, y contribuyen mucho para profundizar la crisis
políticas y crear más inestabilidad y tensión en la economía. Hay que recordar
que Cunha no tiene toda la culpa: el gobierno, con su ausencia de acción,
también es responsable.
El acoso
desleal y el juego sucio de los medios de comunicación sigue sin enfrentar
defensa alguna. Su peso es cada vez más fortalecido, principalmente a raíz de
las redes sociales utilizadas por grupos que defienden una sola iniciativa,
traducida en la consigna “Fuera Dilma”.
Corriendo en
raya paralela a todo eso, sigue el accionar claramente politizado de la Policía
Federal, de los fiscales y de la Justicia en operativos de combate –muy
selectivo combate, por cierto– a una corrupción que se hizo endémica. Cuanto
más espectacular cada acción policial, más desgaste para el gobierno y para el
PT, más puntos para la oposición.
Pero quizá
ninguno de esos sea realmente el gran problema que Dilma tiene por delante: sea
el tiempo, que se hace cada vez más corto. Ya no se trata de saber si hay luz
al final del túnel, pero si hay túnel.
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