Eduardo Galeano e o autor do artigo no emblemático Café Brasilero (frequentado assiduamente por Galeano), Cidade Velha, Montevidéu (Foto: Blog de Atilio Boron) |
“Eduardo foi não só
um crítico incisivo e mordaz do capitalismo e um homem comprometido com a
revolução latino-americana, mas também um pensador ao mesmo tempo original e
profundo”.
Por Atilio A. Boron (cientista político
argentino, ele se diz “latino-americano por convicção”) – reproduzido do seu
blog (publicado também no jornal Página/12,
edição impressa de hoje, dia 15) – vai aí no original, ou seja, em espanhol:
Pensaba ahondar sobre
algunos asuntos pendientes de la nota sobre la Cumbre de las Américas que
publicara hoy Página/12. Pero a poco de regresar
desde Colombia -donde tuve el honor de participar en las diversas actividades
de la Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la Paz de Colombia- me
abrumó la noticia de la muerte de Eduardo Galeano. Y la verdad es que
lo único que tuve ganas de hacer fue buscar sus libros en mi biblioteca y
sentirme una vez más en su compañía deleitándome con su lectura.
Eduardo fue no sólo un
crítico incisivo y mordaz del capitalismo y un hombre comprometido con la
revolución latinoamericana sino también un pensador a la vez original y
profundo, lo que no se da tan a menudo como se supone. Más de una vez
charlábamos sobre la tragedia de muchos intelectuales que se
jactan de su originalidad pero cuyo pensamiento se mueve en la superficie,
en las zonas de la apariencia. Son originales pero en la producción de
banalidades, maestros en el arte de la prestidigitación de la palabra. Cumplen
una importante función conservadora (a veces sin ellos saberlo) en la
generación de la resignación política y el conformismo, hijos de la confusión
ideológica y de la imposibilidad de ir a la raíz de las cosas, como aconsejaba
Marx. Otros son profundos, pero no originales. Sus ideas medulares abrevan en
algunas de las más grandes cabezas de la historia de las ideas políticas y
sociales. El precio de esa profundidad tomada de prestado -y sin que siempre se
reconozca la deuda con el verdadero creador- es lo que Gramsci llamaba "el
doctrinarismo pedante": el reemplazo del análisis concreto de
la realidad concreta por audaces plumazos que nada explican y que mucho menos
sirven para cambiar el mundo.
Galeano era una notable
excepción ante esas trampas y además tenía muchas otras virtudes, como si las
anteriores no bastasen: era una persona excepcional y también un historiador
erudito, conocedor de primera mano del drama histórico de Latinoamérica, dotado
de una notable capacidad para comunicar sus ideas, que siempre referían a una
realidad histórica o contemporánea que retrataba con minuciosa precisión y que
las expresaba con un lenguaje accesible a cualquiera. No escribía para la
capilla sino que su objetivo era llegar con su voz a todos los inconformes, a
los oprimidos y explotados que encontraban en su lenguaje -llano,
terso, sin rebusques culteranos- un valioso instrumento para comprender y
explicarse la realidad que los agobia, las causas de las desdichas y
atrocidades que campean en la escena contemporánea y un poderoso estímulo para
movilizarse y luchar. Esto requería de una paciencia infinita, y una vocación artesanal
que lo llevaba en ciertas ocasiones a pasarse una noche en vela -durante
gran parte de su vida con la compañía de unos atados de cigarrillos- bregando
por encontrar la frase justa o la palabra exacta que rematase
eficazmente su argumento, que dijera lo que quería decir y que fuese capaz de
suscitar en quien la leyera la conciencia de su propia situación y la rebeldía
para cambiarla.
Ahora Eduardo se nos fue,
pero nos dejó un legado precioso que acompañará para siempre las luchas
emancipatorias de los pueblos nuestroamericanos. Tanto es así que podríamos
aplicarle a Eduardo la frase con que a menudo se refería a la siembra del
Comandante Hugo Chávez: "Me han dicho que Chávez murió, pero yo no me lo
creo", porque las ideas y los sueños de Chávez, como las de Galeano,
vivirán para siempre. Es casi una inevitable obviedad decir que con su
muerte se va uno de esos imprescindibles que una vez señalara Bertolt Brecht.
Tal vez el más imprescindible de todos en la batalla de ideas en que estamos
empeñados.
¡Hasta la victoria siempre,
Eduardo!
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