Dirceu se transformou em alvo nacional do ódio antipetista e anti-esquerda (Foto: AFP/Página/12) |
Dirceu e Genoino (condenados e)
presos sem provas de que tenha existido o Mensalão no Brasil: com transmissão
ao vivo pela televisão, se intensificou o atropelo de princípios elementares da
Justiça, se abriu espaço para magistrados histriônicos e se chegou a sentenças
próprias dum tribunal de exceção.
Por Eric
Nepomuceno, do Rio de Janeiro, no jornal argentino Página/12, de 18/11/2013
Pouco
antes das seis da tarde do sábado, dia 16, um avião da Polícia Federal aterrissou
no aeroporto de Brasília levando os condenados pelo Supremo Tribunal Federal
(STF) a começar de imediato a cumprir as sentenças recebidas. Três horas mais
tarde, foram conduzidos à Penitenciária da Papuda. Entre os presos estava a herdeira
dum banco privado e um publicitário dado a práticas heterodoxas, para dizer de
alguma maneira, na hora de levantar fundos para campanhas eleitorais. Mas a
imagem que importa era outra: a de José Dirceu, talvez o mais consistente quadro
da esquerda brasileira, e José Genoino, um ex-guerrilheiro que chegou a
presidir o PT de Lula da Silva, chegando ao cárcere.
Termina
assim a etapa mais estrepitosa dum processo que começou, se desenvolveu e viveu
todo o tempo sob intensa pressão midiática. Ao longo de meses, e com transmissão
ao vivo pela televisão, se intensificou o atropelo de princípios elementares da
Justiça, se abriu espaço para que vários dos magistrados máximos do país fizessem
exibição de seu histrionismo singular, e se chegou a sentenças próprias dum
tribunal de exceção.
Jamais se
apresentaram provas sólidas de que existiu o mensalão, ou seja, a distribuição
mensal de dinheiro a parlamentares da base do governo de Lula da Silva, para
que aprovassem projetos de interesse do Poder Executivo. O que houve na verdade
– e disso sobram provas, evidências e indícios – foi o repasse de recursos para
cobrir gastos e dívidas de campanhas de aliados. É o que chamam no Brasil de
“caixa dois” – uma contabilidade irregular, à margem da oficial –, e que é prática
intrínseca de todos os partidos, sem exceção, em cada eleição. É, claro, crime
previsto e passível de punições legais, mas no âmbito do Código Eleitoral, e não
no do Código Penal.
Continua em espanhol:
La denuncia surgió en 2005, a raíz de una entrevista del entonces
diputado federal Roberto Jefferson, del PTB, aliado del primer gobierno de Lula
da Silva (2003-2007). Jefferson, poco o (ou) nada adicto (adepto) a las normas
elementales de la moral y de la ética, quiso avanzar en recursos públicos más
allá de lo admisible por las elásticas y nunca escritas reglas del juego
político brasileño. José Dirceu, entonces todopoderoso jefe de Gabinete de
Lula, lo frenó (o freou, impediu). En represalia, Jefferson lanzó la denuncia.
Ha sido (Foi) el combustible perfecto para una maniobra espectacular de los
grandes conglomerados mediáticos brasileños, que desataron una campaña casi sin
precedentes. Resultado: la caída de Dirceu, y por rebote, de otra figura
emblemática del PT, su presidente nacional, José Genoino.
Todo lo demás fue accesorio. Fulminar a Dirceu, devastar la base de
Lula, intentar destrozar su popularidad e impedir su reelección en 2006 eran,
en verdad, el objetivo central.
Lula se reeligió en 2006 y eligió a su sucesora, Dilma Rousseff, en
2010. Pero Dirceu se transformó en blanco (alvo) nacional de la ira antipetista
en particular y antiizquierda en general. Estaba condenado, por los medios (pelos
meios de comunicação), desde el primer minuto de la primera sesión del juicio
en la Corte Suprema brasileña. Los magistrados lo condenaron por una innovación
jurídica: en lugar de ser responsabilidad de la acusación comprobar la culpa
del denunciado, en el caso del mensalao le tocó a Dirceu comprobar que no tenía
la culpa de algo que no ocurrió.
Curiosamente, el primer denunciante, Roberto Jefferson, tuvo su escaño (seu
mandato) suspendido por sus pares en la Cámara de Diputados precisamente por no
haber logrado comprobar lo que denunció. Anestesiada y conducida a ciegas por
un bombardeo inclemente y sin tregua de los medios de comunicación, la
conservadora clase media brasileña aplaudió el juicio de excepción y las
sentencias dictadas como si con eso se terminara la corrupción endémica que
atraviesa a todos – todos, sin excepción – los gobiernos desde hace siglos.
Se pretendió – y se logró – transformar el juicio en una medida
ejemplarizadora de la Justicia. Ha sido la victoria de la gran hipocresía.
Dominado por magistrados cuya hipertrofia de sus respectivos egos alcanza el
estado terminal, a empezar por su presidente, Joaquim Barbosa, el Supremo
Tribunal Federal no se hizo tímido a la hora de imponer innovaciones. La
primera de ellas fue traer a su cargo un juicio que, de respetarse la
legislación y la misma Constitución, debería darse en instancias inferiores,
asegurando a los denunciados el derecho de recurrir a las superiores. Algunos
condenados, como Dirceu y Genoino, pudieron, es verdad, presentar recursos en
el mismo Supremo Tribunal. Pero solamente para que se revisen parte de sus
condenas, lo que podrá asegurarles el derecho a cumplir sus penas en régimen
llamado semiabierto.
Nada de eso, en todo caso, importa: lo que importa es la imagen de
Dirceu y Genoino siendo llevados presos. Para el conservadurismo brasileño, un
regalo (presente) extraordinario. Basta con leer los titulares de la prensa (as
manchetes da imprensa) y ver lo que se exhibió en la televisión.
Ambos fueron presos políticos en la dictadura. Ambos son los dos (dois)
primeros presos políticos en la democracia recuperada.
Tradução: Jadson Oliveira
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